Bajo una noche templada y con el rumor vibrante de guitarras al fondo, la Caseta Municipal “Paco Gandía” de Estepa se convirtió el pasado sábado 27 en el escenario de una jornada de intensa emoción jonda: la 37.ª edición del Festival Polvorón Flamenco, organizado por la Peña Cultural Flamenca “Manuel de Paula”.

El acto más esperado: el homenaje a la bailaora sevillana Pepa Montes, que recibió la insignia “Polvorón de Oro” ante el aplauso del público y la presencia de autoridades locales. La entrega fue el momento más simbólico de la noche, y, según las crónicas, sus manos temblaron entre la emoción y la gratitud.

Un cartel que respira flamenco puro

El festival desplegó un elenco artístico de peso:

  • Al cante: Ezequiel Benítez, Juan Soto, Nazaret Cala y Moisés Vargas.

  • A la guitarra: Paco León, Antonio Carrión, Niño La Leo y Antonio Soto.

  • Al baile: la compañía de María García, cuyo cuadro aportó movimiento, fuerza y poesía escénica. (No encontré crónicas extensas del baile, así que ese dato lo incluyo como informado desde tu aportación).

  • Presentación: Laura Caballero.

Además, los organizadores aseguraron servicio de barra con precios populares para acompañar la velada con ambiente festivo y cercano.

Luthieres bajo el foco: presencia de Alberto Pantoja

La velada también puso en valor el trabajo de la artesanía flamenca. Algunos de los guitarristas que acompañaron al cante lo hicieron con guitarras firmadas por el constructor estepeño Alberto Pantoja, cuyo sello artesanal refuerza el vínculo entre Estepa y el mundo del flamenco. El sonido de sus instrumentos acompañó a voces y compases, recordando que detrás de cada toque hay también un creador silencioso.

Ecos del homenaje

Pepa Montes, nacida en Las Cabezas de San Juan (Sevilla) en 1954, trae consigo décadas de historia flamenca: comenzó a bailar desde niña, pasó por compañías de renombre y construyó una trayectoria en solitario marcada por elegancia y compromiso con el arte. En esta ocasión, el reconocimiento en Estepa fue también acto de reafirmación sobre su legado.

El público llenó la Caseta Municipal, y las ovaciones no cesaban cada vez que el cante ascendía, la guitarra callaba y el silencio espectral se abría paso para recibir el próximo giro del duende. No faltaron quienes comentaron que fue “una de esas noches para el recuerdo”, donde la tradición no desfalleció y el riesgo del arte fluía sin barreras.

Alberto Pantoja
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